Andy Murray ha pasado en pocos meses de ser eterno finalista y número 1 de los mortales (después de Nadal, Djokovic y Federer), a situarse como la mayor amenaza al trono de la ATP. Seguramente, habrá muchas cosas que habrán cambiado. Es probable que Murray haya incorporado conductas nuevas o inhibido algunas de las antiguas, ya que es físicamente imposible obtener un resultado diferente haciendo lo mismo (a no ser que seas un gurú del “COACHING”).
Sin embargo, hay una de ellas que como psicólogos deportivos, nos llama mucho la atención. Uno de los grandes problemas que tenía Murray era la cantidad de energía que perdía en periodos de pausa activa, es decir, entre puntos. Éste tiempo estaba más destinado a justificar situaciones y conductas ante su palco, que a aceptar situaciones propias del juego: pierdo el set con 3 set points a favor, me rompen el saque después de un 40/0, pido un ojo de halcón y no acierto etc.
Estos imprevistos forman parte inherente de cualquier deporte de élite, y aquél que no lo entienda rápido ya puedo buscarse otro trabajo. Pero hablamos de Murray, uno de los jugadores más talentosos de la historia que, aún con esta carencia, tiene la capacidad de situarse el número 4 del ranking. Parecía querer transmitir a su palco que sólo a él le pasaban estas “desgracias” y que, de alguna manera, los planetas estaban conjurados en su contra. El resultado se convierte en que diriges la atención y,por tanto el esfuerzo, hacia aquello que no es relevante o que no te ayuda a rendir más.
Pero llega Iván Lendl. Desconozco si el programa de entrenamiento cambia, o si le dice que la derecha se da “así” en lugar de “asá”. Lo que está claro, es que desde que Iván Lendl forma parte del palco de Murray, éste no encuentra comunicación, y por tanto complicidad, en las quejas que anteriormente sus entrenadores y familiares sí le ofrecían. Es como el efecto que se produce cuando un niño pequeño llora sin motivo: si le prestas demasiada atención, justificas de alguna manera su berrinche y crecerá su indignación.
Murray ha entendido,sin quererlo y sólo con la inexpresiva cara del ex número 1, que él y sólo él es el protagonista de la fiesta y por ende, la única posibilidad de remontar y sobreponerse a los avatares normales del juego.
Los palcos de los jugadores de tenis, cobran diversas funciones según el jugador en cuestión. Para Federer son meros espectadores que ofrecen compañía, para Djokovic son un fiel retrato de su ego, para Ferrer una fuente de descarga en situaciones altamente estresantes, y para Nadal pueden convertirse en un motivo más para no desfallecer. Ahora para Murray, su palco no es un refuerzo ni un apoyo a sus incoherencias y lagunas mentales, entendiendo que la energía hay que dirigirla hacia el que está al otro lado de la red y no al que está del tuyo.