Liderar un equipo de forma eficaz. Dirigirlo hacía grandes éxitos. Poder superar las dificultades que aparecen. Hacerlo crecer como profesionales. Verlos actuar bajo una idea común. Conjugar todas las individualidades para sumarlas al equipo… Miles de libros escritos, miles de frases y consejos prácticos, miles de programas de formación. Miles de todo.
Pero nada de lo anterior sucede. Nada de lo anterior se consigue. Sólo algunas cosas, se pueden aplicar en algunos momentos concretos. Y luego no valen para otras situaciones. Hacemos, o al menos intentamos hacer, todo lo que hemos leído sobre liderazgo, pero es raro, porque no siempre funciona. A veces, hasta sale al revés de lo esperado.
Normal. Pesa mucho nuestra experiencia anterior. Mejor dicho nuestro entrenamiento anterior. Perdón, lo que nuestro cerebro ha memorizado, porque cuando hemos actuado así, ha funcionado y cuando no, no ha funcionado. Es normal que si quiero dirigir a un equipo, por mucho que haya aprendido, me ofrezca más seguridad mis resultados positivos anteriores, que arriesgarme a aplicar un comportamiento nuevo que he visto, leído o aprendido.
Por eso Guardiola ha estado un año fuera de juego. Incorporando y entrenando conductas nuevas a su estilo de dirección. Porque no puede mejorar, sino aprende algo nuevo y al mismo tiempo, lo consolida entrenándolo. Por eso en el descanso de la prórroga del partido de ayer, parecía más un entrenador de baloncesto americano, pintando jugadas en la libreta, que un entrenador de fútbol de toda la vida.
Y digo de toda la vida, porque ahí estuvo el fallo de Mourinho. En el descanso de la prórroga actúo como un entrenador de fútbol de toda la vida. Brazos arriba, protestando al árbitro, avivando a la grada, a voces con sus jugadores solo para animar no para comunicar: ¿qué estaba haciendo esta magnífico entrenador?
Lo que en otros momentos le sirvió cuando no tenía soluciones. Lo que le sirvió en otros partidos para que, a pesar de tener a su equipo defendiendo perfectamente, pudiera sostener el resultado. Lo que le sirvió en otros partidos en inferioridad numérica, donde el equipo no tiene más desgaste, no nos engañemos. Tiene que centrarse en menos cosas, defender y cazar un contraataque, como bien comentó Martín Vázquez, antiguo jugador del Real Madrid. No comunicó a su equipo nada más que empuje y fuerza.
Empuje y fuerza, contra insistencia táctica ordenada. Guardiola podría haber perdido el partido, obviamente. Esto no es mágica. Pero hubiera perdido sabiendo que ha hecho lo que tenía que hacer. Y sus jugadores, sabiendo que su entrenador les había transmitido, lo que más resultado podía dar. En resumen, confianza para seguir compitiendo y conseguir resultados a largo plazo. En Mourinho, el resumen hubiera sido: hemos ganado porque lo hemos dado todo, a pesar del árbitro. Es decir, humo para el siguiente encuentro donde se les exija al límite de sus posibilidades.
Entrenar todo lo que decidamos incorporar a nuestra dirección de equipo para mejorar. Esto provocará que nuestro cerebro incorpore a nuestro estilo de dirección, nuevas formas de actuar en momentos difíciles, que es cuando las necesitamos para crecer con nuestro equipo. Esto es lo que hace mejorar la dirección de equipos. El famoso liderazgo. El resto, es magia aplicada por otros, que generalmente han fallado más de lo que nos dicen. Y ya la conocemos. La hemos intentando aplicar en nuestra empresa millones de veces. Hemos gastado mucho en formación para usarla. Pero, sólo ha funcionado alguna vez, ¿vedad?